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el ay al ay, por el ay, a un ay eterno he llegado. Vivo en un ay, y en
un ay moriré cuando haga caso de la tierra que me lleva del
ay al ay trasladado. ¡Ay!, dirá, solo, mi huerto; ¡ay!,
llorarán mis hermanos; ¡ay!, gritarán mis amigos,
y ¡ay!, también, cortado, el árbol que ha de remitir mi
caja, ya tal vez sobre lo alto, ya tal vez bajo los filos del hacha
fiera en la mano. | |
"¡Ay!,
dirá, solo, mi huerto..." Vive Miguel un panteísmo telúrico
que no le abandonará jamás. Todo es uno. El huerto tiene alma, y
sentirá su ausencia, como, a la muerte de Jesús, se puso a temblar
la tierra emocionada y las piedras se resquebrajaron (Mt 27,51). "Y
¡ay!, también, cortado el árbol / que ha de remitir mi
caja..." Este dramático pensamiento lo desarrollará con
notable belleza literaria en el poema 18 de El rayo que no cesa. Refiriéndose
a la caja final, con acento escatológico (desde la eternidad...)
de mística entrega, escribe emocionado: "Ya, tal vez, la reduce a
geometría, / a pliegos aplanados quien apresta / el último refugio
a todo vivo. // Y cierta y sin tal vez, la tierra umbría / desde la eternidad
está dispuesta / a recibir mi adiós definitivo." |
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