No sé cuánto tiempo duró
esta experiencia de unidad,
este sacramental abrazo.
Desperté al fin: ¿dónde estoy,
quién soy? Vivía extasiado,
pero sereno. Sentí al árbol tan íntimo
como un ser querido. Lo contemplaba
de arriba abajo, como quien lo quisiera
poseer amorosamente.

-Hermano árbol, háblame de tu energía.
Revélame misterios del cielo y de la tierra.

Cuando se fue apagando mi voz,
el árbol comenzó a expresarse. Su fronda
se mecía, lentamente al principio,
intensamente después. Era un océano
de hojas como olas,
un estruendo de aguas en cascada

brillando al sol.
Por fin la copa entera se balanceó gozosa
hacia delante, hacia atrás, en círculos.

-Háblame, hermano árbol. Canta.
Sonríe, mi amor.