Adarga sideral inofensiva
que prende a los luceros dormitando.

Nocturno fantasmón de un negro espíritu
que abandonó su cuerpo a los gusanos.

Índice de las manos vegetales
que nos muestra un camino ya olvidado.

Huso que hila los vientos más rebeldes
en la gigante rueca de los campos.

Escobillón de túneles nocturnos
que recoge el rocío congelado.

Antena de los muertos sumergidos
que toma tierra en todos los osarios.

Centinela que, rígido, vigila
eternamente firme el Camposanto.

Gótico caramelo de los aires.
Penitente andaluz encapuchado.

Pararrayos de tórtolas lejanas.
Penacho de un sepulcro aristocrático.

Eres, ciprés, mis pobres oraciones,
que al calor apretado de los pájaros
se arborizan ante la impotencia
de llegar por mis culpas a lo Alto.


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