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Mi amor
mete
la mano
por la
abertura
5,4-6a

 

A
nte tamaña fantasía de strip-tease, se disparan aún más los pulsos del amante. Y se carga de urgencias la pasión de ella, dispuesta por fin al encuentro amoroso (5,4):


M i amor mete la mano por la abertura,
¡y cómo se estremecen mis entrañas!


Para Xabier Pikaza, el amante "quiere forzar con su mano las puertas interiores (partes genitales) de la mujer. Ella se estremece, sintiendo que le corre la mirra –que es perfume de amor– por las manos, por el cuerpo". Lectura en línea con la traducción versificada que, atribuída a Fray Luis de León, se popularizó manuscrita a finales del siglo XVI: "Fue la mano metiendo / por un resquicio mi querido amado; / mi vientre hinchose, en siendo / de su mano tocado, / y levantéme a abrirle con cuidado" (5,5):


M e levanto para abrir a mi amado,
mis manos destilan mirra,
mis dedos mirra que fluye
sobre la manilla de la cerradura.


La equivalencia simbólica cerradura–llave, vulva–pene, que Freud ha popularizado en sus estudios sobre la sexualidad, es tan universal como la vida. Así Leopoldo de Luis, en su tierno poema La llave de la casa, refiriéndose a ese "breve trozo vivo / de metal moldeado por los dientes / del amor...", escribe: "Como un pequeño sexo penetrante / en el silencio de la cerradura / crea el prodigio de una vida amante, / de una querida realidad segura" .
Se habla en el texto de la mano, incluso de los dedos, relacionándolos –según algunos autores– con la excitación pasional.


V oy a abrir a mi amor.
¡Ay, se ha marchado, se ha ido!




I
nterpreta lúcidamente Pikaza: "Sea que el texto se refiera a la puerta de la casa o a la llave interior del cuerpo amado, el sentido del texto es el mismo: aguarda impaciente la esposa; viene el esposo y pretende abrir por fuerza; ella quiere resistirse un momento para dar tiempo a la conversación, para que el amor se pueda realizar en libertad, en gesto de diálogo. Ciertamente, ella quiere; pero quiere de otra forma; y así se hace rogar. Mientras tanto el esposo, que se siente desairado, se marcha" (5,6a).
Desde la arrogancia, desde la impaciencia, amenaza Neruda con echar la puerta abajo si no le abre inmediatamente la amada: él, y sólo él, es el elegido (La pregunta, en Los versos del Capitán): "Soy yo, amor mío, / quien golpea tu puerta. / No es el fantasma, no es / el que antes se detuvo / en tu ventana. / Yo echo la puerta abajo: / yo entro en toda tu vida: / vengo a vivir en tu alma: / tú no puedes conmigo."

     
                       
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