¿Y qué decir ahora de aquel valor atolondrado
que disputaba al viento su propia primacía
haciendo todo en uno el presente, el pasado,
la misma libertad?

Las lejanas hogueras brillando en los parajes
en tanto que tú y yo, solitarios, resurgimos
como lobos hambrientos tras los verdes ramajes
con rugir de metal.

A lo lejos el ansia de los montes azules,
los roquedales cárdenos bajo la tarde gris,
los palomos pintados sobre un campo de gules
en búsqueda de amor.

Envejecemos juntos y juntos proseguimos
con esta bárbara costumbre de sobrevivir,
contra el viento de frente o el halago o los mimos
o la flecha del sol.

                                

Pasaron ya los tiempos de saltarse las zarzas,
de vadear los ríos entre guijarros deslumbrantes,
de evitar la amenaza de abejas o de garzas
en pascual procesión.

En tu crin portentosa te ha salido una cana
y se une a las mías con la misma vejez.
Caballo hermoso y mío, tu cabeza es humana.
También tu corazón.

Somos como el centauro, sólo un cuerpo de amigos,
un cuerpo prodigioso ensamblado hasta su fin.
Envejecemos juntos entre mieses y trigos
con la misma dulzura que la flor del jardín.

                             
                             Pedro J. de la Peña

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