Cuánto tienen de muerte y de despojo
estas sangrientas carnes troceadas,
estos pescados lívidos, abiertos
sobre el funeral mármol del mercado.
Cabeza cercenada, ojos acuosos
Sin campos que mirar, sin oleajes,
arrancados del aire de sus patrias.
Fragmentos que sostienen
tristemente el fulgor de nuestra vida.
Casi humanos, se muestran abatidos,
víctimas ciegas de nuestra crueldad.
Sobre ellos transitaron soles, nubes,
golpes de mar y ráfagas terrales.
En el paisaje fueron pieza activa,
se envolvieron sus cuerpos palpitantes.
Un poco nos sentimos ellos mismos,
somos su piel, sus pálidas escamas
y escalofrío somos de su muerte.

Cordero degollado que fue un día
sacrificio ritual ante un dios mudo.
Pez que otrora fue símbolo
de enviado de dios crucificado.



A
nimales de mágicas historias,
desconocidos huéspedes de fábulas.
protagonistas de leyendas lueñes
que concitan augurios y consejas.
Pequeños reyes de sus territorios
con cuánta crueldad los derrocamos
y los volvemos humilladas víctimas.
Nosotros devoramos las especies
y absorbemos su vida que prosigue
su energía y calor por nuestras venas.
Somos la vieja fuerza de otros seres
el latido de especies agotadas
que se propaga en vísceras y huesos
de nuestro insatisfecho laberinto.
Me estremece la carne que fue viva
y me transmite su poder errático.

El mercado nos muestra las carencias
de nuestra hambre deshumanizada.
Sólo nos sustentamos de la muerte.

       

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