E stá el agua que trina de tan fría
en la pila y la alberca
donde aprendí a nadar. Están los pavos,
la Navidad se acerca,
explotando de broma en los tapiales,
con los desplantes y los gestos bravos
y las barbas con ramos de corales.
Las venas manantiales
de mi pozo serrano
me dan, en el pozal que les envío,
pureza y lustración para la mano,
para la tierra seca amor y frío.

H aciendo el hortelano,
hoy en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.

¡C ómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio puro!
Se combate la pita, y se remansa
el perejil en un aparte oscuro.
Hay az´har, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que, hasta enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.

L o que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.

La Navidad
se acerca
 
 

 

 

 
 

 

        


S
orprende que, habiendo formalizado relaciones con Josefina a partir del 27 de setiembre, no hable de amor en todos estos versos. Podría haber firmado este piadoso elogio de la huerta un frailecillo del Cister. Y uno se pregunta también por qué no se han expresado reflexiones morales sobre la vida rural, tan abundantes contra el paisaje urbano en la primera parte.

  
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