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estás en el gran coro tú, la humilde, la
campesina, sabia, habituada al silencio.
Te gustaba cantar, y ahora te acompaña un órgano de
olivos, viñas, ríos, montes, de un cielo y un enjambre de astros,
oros de soles que se acercan resonando sus sones cegadores, de una tormenta
cósmica inmensa y acordada de truenos y trompetas. Ahora te abrazan
y acompañan el mar y el cielo puesto en pie de luz, y en él
todos los santos unidos en un coro que sube, y de alegría hace llorar
al cielo.
Y ahora estás frente
a Dios, el canto único al que todos los cantos del cielo y de la tierra se
suman en acorde y en el vértigo de la suprema luz que de sol y de gloria estalla
y permanece:
Santo, santo, santo
es el Señor, Dios del Universo, Llenos están el cielo y la
tierra de tu gloria.
Llena está
tu gloria de ti mismo, llena de gloria está la multitud gloriosa de
los tuyos. Y
la mujer humilde, campesina, a menudo callada y habituada al silencio, canta,
y su voz es más bella, más plena en la alabanza que la tierra
y el mar, más poderosa que la voz de los astros.
Las
misericordias del Señor cantaré para siempre. ¡Hosanna
en las alturas!
Hosanna en los
oídos donde toda la música confluye y se refugia, y la armonía que
es Amor se hace eterna. Amén. Aleluya.
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