Vivenciando un taller
de evolución sensorial
de la mano de una muchacha japonesa.
      
 
En esta Nochebuena
he jugado a ser ciego
por las calles ingenuas
de una ciudad de cuento.

Algodones de loto
desinfectan mi miedo.
Y, al batir de sus alas,
me levantan en vuelo.

Me perdí entre la gente.
Olí a sudor, a pueblo,
mecido por sus risas,
besado por su aliento.

¡Cómo se divertían
sus infantiles dedos
con la cometa torpe,
traviesa, de mi cuerpo!

Gorjean villancicos
unos niños, de lejos.
y el ángel de su guarda
le da, le da al pandero.

Me condujo hasta el parque,
a la fuente, al espliego.
¡Qué perfume de nanas
en el agua, en el viento!


Huele a sidra y a churros,
a chocolate, a sueño:
me dormía en la iglesia
entre plumas de incienso,

junto al vaho de musgo
de un belén boquiabierto.
Pero el Niño tirita
en las velas. Misterio:

se cansó de ser barro,
se aburrió de ser yeso,
y se sube a las lomas
de los próximos cerros.

Un Sol amanecido
incendia mis cabellos.
¡Y rosales de aura
florecen por mi cuerpo!

Pamplona. Navidad de 1983

Nicolás de la Carrera
                                    

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