Tú sabes la verdad del mundo, Loco mío,
y cómo has de entregarla lejano y maniatado,
en Cruz, como las aspas de un molino empinado
en solitaria calma y aparente desvío.
De lejos parecías un aquietado río
incapaz de abarcarnos con tus brazos atados,
pero de cerca fuiste un viento desatado,
blandiendo las espigas e incendiando el estío.
De lejos parecías quieto, sin movimiento,
que eras como ese mar pacífico de al lado
y me acerqué esquivándome de su salpicadura…
Y entonces me abarcaste, me cegaste violento...
¡Gracias, Señor, te doy por haberme golpeado!
¡Gracias, por derribarme de la cabalgadura!


                          
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