La gente se reía
de su torpe figura sin destino,
del zambo caminar de su mirada,
del invierno posado en su sombrero.
La gente se reía
de la lucha del aire con sus manos,
de sus tercos zapatos de difunto,
de la humilde altivez de sus enconos.
Era tan sólo "el loco", así, sin nombre,
como un absurdo viento por la calle,
como un trozo de sol inesperado.
La gente se reía.
 Iba de parque en parque,                    recorriendo
la ruta de los pájaros.
Con rotundos discursos
explicaba a su sombra
que los pájaros eran
sus únicos amigos,
que con ellos hablaba, que le                            hablaban
desde las limpias copas de los                               árboles
contándole sus anchas aventuras,
sus idas y venidas, los asombros
radiantes de sus alas.
La gente se reía...
 Se lo encontraron muerto
una alegre mañana, tras las tapias
de la vieja dehesa.
Nadie supo explicarse
cómo pudo morir en primavera.
Nadie supo explicarse
el porqué de su cuerpo derruido
bajo una inmensa nube
de pájaros llorando.
  Antonio Porpetta, de cara a la luz | Siguiente