irad aquí la escarpia
que sostuvo el latir del crucifijo
y ahora hiere el tabique en carne viva.
Ved la silueta,
luminosa, fecunda,
del signo más: más vida, más estrellas...

Nos hace falta un Cristo, no de bronce
sino de carne torturada,
un ecce homo como tú, muchacho,
abierto el corazón de olvido y rabia.

Quizás, quizás, yo mismo...
Con mis húmedos ojos por la niebla,
mis espinas ardiendo en acerico,
mis labios secos en la espera...

Mas ¡no necesitamos un Cristo
                         ni cristianos
eternamente moribundos!

 

 

Ha levantado vuelo
aquel Jesús de atormentado hierro
que agonizaba en nuestra clase.
Os lo juro: ¡h u y ó por los cristales!
¿No le veis en lo alto, Hijo del Hombre,
sobre nubes de oro y lapislázuli?
Fuego pascual incendia la mañana.
El Sol ríe por altos lucernarios.
Un almendro golpea la ventana,
nos perfuma de Dios y nos ofrece
su enjambre vegetal de mariposas                                               libres...
El árbol seco de la cruz
s e   d e s p e r e z a.
Nuestra entraña revive.
¡Resucitó el Señor!
                           ¡ES PRIMAVERA!
Pascua de 1990

                
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