Viviste una pasión adolescente.
Voló tu corazón hacia galaxias tiernas.
Te bañaste en luz mágica, divina,
y has bajado una estrella:
bajo la esfera de tu nuevo vientre
crece un magma oloroso e impaciente.

Al tiempo que traduces Tito Livio,
preguntas a tu madre
cuántas horas debe dormir un niño.
Desafía cinturas asfixiadas
tu perfil de aguacate.
Se estre-                           
lla en tu aura rosa
el salivazo verde
de los puros, su risa de alfileres.
Con la mirada altiva
y el vientre hacia adelante,
sientes que Dios respira de tu sangre,
que de su amor, su aliento, tú respiras.

Dios es mujer, y siempre anda de parto,
desde aquel Óvulo primero,
centrífuga Matriz del universo:
pinta verde la yerba –¡qué descanso!
,
s o p l a   la espiga de oro,

 

decora al tucán y al loro,
perfuma rosas y nardos.
Su Vientre rojo es un sombrero mágico.

Hubo un tiempo en que El nos abrigaba
en el alegre nido de su Entraña.
Y, f l o t a n d o, bailamos
al latir de sus nanas.

Dios es mujer: juega con sus pequeños.
Ama sin condiciones, juega, ama.
Llora, protege, ríe, sueña tierno.

Niña de trigo: sabes
que Dios respira de tu sangre
por tu sagrario íntimo.
y acaricias tu piel enamorada,
tu copón eucarístico.
Se abrirá, entre motetes,
tu misteriosa nube, y,
                                    pan de nieve,
comulgarás tu luz copito a copo.

Y Dios encenderá su arco de gozo
–noria multicolor, ramo latiente–
por el cielo, en aurora, de tus ojos.

 
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