Estrenar casa es encender
la chimenea de un iglú
y calentarlo con llamas de ternura.
El baño, los espejos,
la cocina, la almohada,
huelen aún a yeso y a serrín, a masilla.
Y en el atril de la terraza todavía
no gorjea el canario,
ni amanecen las rosas.

Estrenar casa es abrir la ventana
a la lluvia y al sol y al arco iris,
inaugurar el álbum de la dulce rutina
y acariciar con temblorosa huella
el desnudo erotismo de las pequeñas cosas.

                                                          

Estrenar Catedral es como
alzar brazos de piedra
al corazón azul de la mañana.

Pero en esta Catedral recién alzada
huelo a lejía,
a cantería y estuco.
Se me hiela la fe
por el témpano fijo de sus losas.
Ninguna lágrima rodó hacia sus pañuelos.
No sostuvieron todavía rodillas
aplastadas de culpa o sufrimiento.
Ni caminaron sobre ellas
-pájaros o nubes-
ligeros pies de comulgantes…


Me siento a veces en la penumbra
de un banco de vieja Catedral,
al pie de un crucifijo gastado de besos,
y me llega un antiguo rumor
no sé si de ancianitos o santos con corona.
Acaso de monjes de luz
encendiendo maitines.
Y me hacen cosquillas en el alma
los rizos de oro de un presentido órgano
riendo la travesura de una fuga
o respirando amor.

                                                         

Pero ahora,
en esta nueva Catedral de Madrid,
sólo escucho tacones, alguna tos
y la descarada melodía de un móvil.

Sé que un día el incienso
y la cera y las plegarias
habrán impregnado las paredes con pátina
de fe. Y, como en una caracola,
resonarán latidos
de devoción, cantos, aclamaciones…
Y me abandonaré al abrazo
tierno y seguro de la muchedumbre
de creyentes que, en esta nave iglesia,
sostendrán mi esperanza.
Y arribaremos juntos
a la Luz y al Amor de la otra orilla.


AMÉN

Nicolás de la  Carrera
15 de junio 1993: Juan Pablo II consagra la Catedral de la Almudena de Madrid
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