Dulcemente
conmigo, amiga mía,
envejeces también. Algo nos bebe
nuestro arroyo interior. Quizás se debe
callar y no hablar de esto todavía.
Pero
se nos arruga cada día
más la piel de las manos y es más breve
el tiempo del amor y no se atreve
el cuerpo a lo que entonces se atrevía.
Envejecemos
juntos lentamente
aunque parece que alguien, impaciente,
quiere de nuestro sitio relevamos.
Y
nos
vemos, amiga, cara a cara,
como en el tiempo en que una luna clara
nos invitaba eternamente a amarnos.
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