Dulcemente conmigo, amiga mía,
envejeces también. Algo nos bebe
nuestro arroyo interior. Quizás se debe
callar y no hablar de esto todavía.

Pero se nos arruga cada día
más la piel de las manos y es más breve
el tiempo del amor y no se atreve
el cuerpo a lo que entonces se atrevía.

Envejecemos juntos lentamente
aunque parece que alguien, impaciente,
quiere de nuestro sitio relevamos.

Y nos vemos, amiga, cara a cara,
como en el tiempo en que una luna clara
nos invitaba eternamente a amarnos.

    

            Luis López Anglada | Siguiente