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Diez
años esperó que el árbol seco floreciera de nuevo. Diez
años con el hacha aguzada y temblorosa, pero el árbol
sólo exhibía sus desnudos brazos, la percha de la urraca y de
los cuervos. Cortóle al fin, y,
de repente, vio su corazón verde, borbotón de savia; un
año más, y hubiera florecido.
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