"El también autor de El Dios de Miguel Hernández, posee una extraña virtud, de la que supo dar buena muestra en dicha obra y que ahora despliega en esta: la de descubrir la vibración religiosa en la vida que parece negarla, y, a la inversa, el fluir de la vida en el texto solemnemente sagrado. La segunda tarea se percibe en esta versión del Cantar de los Cantares, y en la interpretación de sus versículos en clave de encuentro amoroso humano. Su condición de teólogo, psicólogo y poeta se perciben en las reflexiones que en torno al amor despierta el Cantar que canta la posible armonía de la belleza con el placer y con la espiritualidad más noble."