| Son
cien pelotas de ping-pong, cien huevos de tierno plástico, de nácar
tibio. En
la playa cocida y deslumbrante. A
medio metro, dentro de la arena, en esa plazoleta que bien podría ser
un monumento a la maternidad... (Viaja
con nosotros, echada en una red, una mujer escuálida, inmediata
ya de espera). Camino de ida: del río
a la arena; camino de vuelta: de la arena al río: el rastro de
tortuga. En el centro, la huella de la
apisonadora abdominal. Los bordes, floreados
como dibujos de natilla de una tarta de Pascua. Si
no llegasen antes el urubú, la onça, las culebras, los puercos,
los muchos enemigos coaligados; si no llegase el hombre: llegarían
las aguas; crecerían los bichos diminutos, y otras cien "tartarugas"
verdinegras, grisáceas, de piedra antigua y bronce, caminarían
por el agua dócil, por la arena esponjosa, con la concha a la espalda
como un juego de damas primitivo.
|