ún puede pasear dulcemente,
tropezando con su propio esqueleto
a cada paso, y cierra entonces los párpados
llenos de música. Las niñas de sus ojos,
que fueron entre verdes y grises,
pasean como un halo su alma,
por los rincones que aún conoce. Va solo,
completamente solo, hacia él mismo,
y al separarse del oro pequeño
de la vida, vacila, sonríe.

No levantar el tono nunca,
tomar de la mano a cualquiera,
y morir como muere,
es su historia.

Se diría
que iba Dios a venir de visita,
y él baja la escalera, y se mueve
lejanamente, pero en su misma casa,
adelantándose a su encuentro,
ladeada tiernamente la boina
sobre la frente que se apaga.

Cuando se apoya al avanzar,
                         como un soplo,
se diría que nos roza y nos palpa,
para que la ternura
haga callo en sus manos.

¡Dios mío,
Señor que aún mueves su ceniza,
yo que jugué con ella en mi infancia,
te lo confío, te lo entrego hasta el día
de la resurrección!
                                  ...Ten cuidado
con él, dale la mano, sonríele
con infinita suavidad, no le dejes
de oír, pues su abundancia es muy grande.

 
 
 

 

           
       
      
                    
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