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unca
sonó la música
a Dios, como esta tarde;
como estas tardes lentas
del estío, con cielos
rosas y sierras malvas
y vencejos rasgando
el aire terso y río
rompiéndose en espumas
y huertas derramando
jazmines y manzanas
y olivos sosegándose
y rastrojos ardiendo.
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unca
sonó la tarde
a Dios, como ahora suena
en el pico sin tiempo
de este mirlo olvidado,
en su flauta de luto,
en su garganta bruja.
Hasta las azoteas
el rumor de la noria
asciende, y el que alumbra
la flor de la herrería,
y el que la yegua arranca
de las piedras azules.
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el
mirlo canta. El pueblo
canta con él. Y exulta.
Una mujer pregona
chumbos y caracoles,
una muchacha ríe
en el balcón del gozo,
repite el velonero
su talán amarillo
y en la esquina más última
ladra un perro de sombra.
Y el mirlo canta. Y canta
el agua en las acequias.
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de
pronto, viniendo
de la torre, ganando
su lugar en el coro
total, la gran campana
pronuncia su repique,
da jaque y llanto al mirlo,
se columpia de Dios
y todo se hace música
en el poniente de oro
bajo la fiel batuta
del nardo en su maceta.
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