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A
hora
que empieza a caer, del cielo de nuestra vida, que sólo nosotros podemos
ver, profundo, estrellado, carne y alma nuestra, ese polvillo sagaz en
tu nocturno pelo, ahora que el lápiz finísimo, grabando
una medida sagrada, una cantidad misteriosa del vino que sube en la jarra
de la ofrenda, empieza a trazar, junto a tus ojos, vivos como ciervos
bebiendo en el agua extasiada, junto a tus labios que han dicho todas las
palabras que adoro, las huellas del tránsito de nuestra juventud,
ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía porque
estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón
y es algo mucho más terrible y precioso que el amor que diariamente
conocíamos, ahora, mujer, ahora, destinada mía, es cuando
quiero hacerte un canto de amor, un homenaje, que dice únicamente así: Te
amo, lo mismo en el día de hoy que en la eternidad, en el cuerpo
que en el alma, y en el alma del cuerpo y en el cuerpo del alma, lo
mismo en el dolor que en la bienaventuranza, para siempre. |