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y,
si no fuera por
esta pequeña cosa que es el llanto!
Quizás sucumbiríamos
bajo el peso agobiante de la pena.
El llanto es la compuerta
que en la acequia del rostro le abre paso
a la serena cal del sufrimiento.
Si llorásemos, solos, hacia adentro,
¡qué interna inundación de resquemores!
¡Qué apretada la pena sin salida!
El dolor sabe a sal, tiene el marino
sabor del arrecife y de la playa.
Nos alimenta su consuelo
fluvial, nos lo bebemos
a veces, y regresa
desde las comisuras de los labios
al asilo de sangre
donde la pena alberga su estallido.
El llorar es el modo
de liberarse del dolor,
pájaros desatados son las lágrimas,
peces por la corriente de la pena,
puro escapar, forma de liberarse
y volver, retornar a la batalla
agrandados, dispuestos,
gracias a esa pequeña,
sencilla y dulce cosa que es el llanto.
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