Aquella
noche sueña Verónica en el lienzo y ve seca la piel y descarnado
el hueso. Las pupilas de llama del Rabí se hacían hielo.
Y quedaron vacías de luz y sentimiento.
Contempla
en pesadilla la rosa perfumada de sus labios deshecha en tizne, polvo, nada.
Y el rostro era una noble calavera con barba, cadáver exquisito bordado
en luna blanca. Verónica,
no temas. Tu Cristo muerto ¡vive! Todo ha sido un mal sueño.
¡Abre tu paño y ríe! Su
sangre, su sudor desde allí te bendicen, sacramento de Dios, sagradas
cicatrices... |