Mástiles de la luz, arboladura
de asombros verticales, alambiques
donde bulle la mirra y se destila
un fragor de alamedas,
altísimos senderos, alminares
que avientan la proclama
de las trémulas horas,
mayos para esa pascua
de nardo y tamarindo
que tu cuerpo celebra.
                                   Qué despliegue,
qué danza de delfines,
de mercurio, de sol, de surtidores,
cuando erguidas se enfrentan al espacio
y el tiempo se convierte en maravilla.
Qué lección triangular, si horizontales
me ofrecen sus elásticas figuras:
retadores isósceles, rectángulos
de fugaz equilibrio,
equiláteros prestos a la entrega,
vibrantes escalenos...
                                 Como hiedra,
como hiedra mis ojos,
como hiedra mis manos,
mis labios como hiedra, se agavillan
en esa abrazadora geometría,
  
en ese dulce ahogo,
en ese bulevar de la locura.
Y ascienden ebriamente,
                                       lentamente,
a la clave del arco,
allí, donde refulge
la codiciada cima,
                             la cúpula febril
que con su premio espera.

        
 
  Antonio Porpetta, de cara a la luz | Siguiente