| | Mástiles
de la luz, arboladura de
asombros verticales, alambiques donde bulle la mirra y se destila un fragor
de alamedas, altísimos senderos, alminares que avientan la proclama de
las trémulas horas, mayos para esa pascua de nardo y tamarindo que
tu cuerpo celebra. Qué
despliegue, qué danza de delfines, de mercurio, de sol, de surtidores,
cuando erguidas se enfrentan al espacio y el tiempo se convierte en maravilla.
Qué lección triangular, si horizontales me ofrecen sus elásticas
figuras: retadores isósceles, rectángulos de fugaz equilibrio, equiláteros
prestos a la entrega, vibrantes escalenos... Como
hiedra, como hiedra mis ojos, como hiedra mis manos, mis labios como
hiedra, se agavillan en esa abrazadora geometría, |
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| | en
ese dulce ahogo, en ese bulevar de la locura. Y ascienden ebriamente,
lentamente, a
la clave del arco, allí, donde refulge la codiciada cima, la
cúpula febril que con su premio espera. | | |
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