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nochecido otoño,
¿son azar esas gotas,
lentas resbaladoras
por el cristal abajo,
mientras solloza el hierro?
¿Son agua sin destino,
vacías de misión,
huérfanas de unos párpados,
de un alma, de un dolor?
¿Son nada, son la lluvia
en una ventanilla,
mientras que corre el tren
deseándole al alma
todo
lo que quería?
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No, no son gotas vanas.
Un ansia de llorar,
unos ojos ardiendo
desde un alma transida,
las miran deslizarse.
Y se paran las lágrimas
que en su borde temblaban:
no salen, no hacen falta,
ya tienen otra forma.
Porque allí en el cristal,
con lágrimas de lluvia,
de Dios, de cielo, está
sin que lo vea nadie
llorando un alma humana.
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