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Estrenar
casa es encender la chimenea de un iglú
y calentarlo con llamas de ternura. El baño, los espejos, la cocina,
la almohada, huelen aún a yeso y a serrín, a masilla. Y
en el atril de la terraza todavía no gorjea el canario, ni amanecen
las rosas. Estrenar
casa es abrir la ventana a la lluvia y al
sol y al arco iris, inaugurar el álbum de la dulce rutina y acariciar
con temblorosa huella el desnudo erotismo de las pequeñas cosas. Estrenar
Catedral es como alzar brazos de piedra al corazón
azul de la mañana. Pero
en esta Catedral recién alzada huelo a lejía, a cantería
y estuco. Se me hiela la fe por el témpano fijo de sus losas.
Ninguna lágrima rodó hacia sus pañuelos. No sostuvieron
todavía rodillas aplastadas de culpa o sufrimiento. Ni caminaron
sobre ellas -pájaros o nubes- ligeros pies de comulgantes
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Me
siento a veces en la penumbra de un banco de vieja Catedral, al pie de
un crucifijo gastado de besos, y me llega un antiguo rumor no sé
si de ancianitos o santos con corona. Acaso de monjes de luz encendiendo
maitines. Y me hacen cosquillas en el alma los rizos de oro de un presentido
órgano riendo la travesura de una fuga o respirando amor.
Pero
ahora, en esta nueva Catedral de Madrid, sólo escucho tacones,
alguna tos y la descarada melodía de un móvil. Sé
que un día el incienso y la cera y las plegarias habrán
impregnado las paredes con pátina de fe. Y, como en una caracola,
resonarán latidos de devoción, cantos, aclamaciones
Y me abandonaré al abrazo tierno y seguro de la muchedumbre de
creyentes que, en esta nave iglesia, sostendrán mi esperanza.
Y arribaremos juntos a la Luz y al Amor de la otra orilla.
AMÉN | |