El suertero que grita "La de a mil", contiene
no sé qué fondo de Dios.
Pasan
todos los labios. El hastío despunta en una arruga su yanó.
Pasa el suertero que atesora, acaso nominal, como Dios, entre panes tantálicos,
humana impotencia de amor. Yo
le miro al andrajo, y él pudiera darnos el corazón; pero
la suerte aquella que en sus manos aporta, pregonando en alta voz, como
un pájaro cruel, irá a parar adonde no lo sabe ni lo quiere
este bohemio dios. Y
digo en este viernes tibio que anda a cuestas bajo el sol: ¡por
qué se habrá vestido de suertero la voluntad de Dios! César
Vallejo |