Dice la dama que fue, que ya no es, que un barrunte de nieve en su pelo
ve... -Decid a la dama que su tarde a mi tarde
junte. ama
Decidla
que hay un edén en los besos otoñales sobre la nuca o la sien. Decidla
que huelen bien en septiembre los rosales. Que
si el ardor que empleé en requerirla de amor excesivo acaso fue, yo
le aterciopelaré en adelante ese ardor. Que
haré blancura mi afán, y, por obviarla sonrojos, nuestras manos se unirán
sin fiebre, y se encontrarán pensativos nuestros ojos. |
Que nos embelesará un afecto grave y hondo.
Que mi frente ansiosa está de posarse un poco ya sobre su seno redondo. Que
aún germina el verdor en nuestra alma, de un retoño tardío, quizá el mejor.
Que hay todavía fulgor en las tardes de mi otoño. Que
mi soledad reclama la suya. Que somos dos hielos que han menester llama...
Decid todo esto a la dama ¡oh dueña!, y que os guarde Dios. | |