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allecido inesperadamente Ramón Sijé en la Navidad de 1935, Miguel, conmovidísimo, deja fluir en pocos días esta tierna y rabiosa Elegía. Redactará Juan Ramón Jimenez, en El Sol, para la inmensa minoría de sus lectores habituales, un comentario muy laudatorio: "En el último número de la Revista de Occidente publica Miguel Hernández, el extraordinario poeta de
Orihuela, una loca elegía a la muerte de su Ramón Sijé y seis sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la poesía pura deben buscar y leer estos poemas vivos... Que no se pierda en lo rolaco, lo católico y lo palúdico... esta voz, este acento, este aliento joven de España."

Mes y medio antes, en el mismo periódico, había
dado a luz Miguel un exaltado artículo sobre Residencia en la tierra de su amigo Neruda, poniendo en solfa, como de paso, la poesía pura. Decía, por ejemplo: "¡Qué ridículos encuentro el romancillo, la cosita, los cuatro versos tartamudos, verbales, vacíos, incoloros, ingenuos; el poemilla relamido y breve, que tantos cultivan y acatan!... Basta de remilgos y empalagos de poetas que parecen confiteras, todo primor, todo punta de dedo azucarado..." El gran poeta demostró una vez más, con su generosidad hacia Miguel, su inmensa talla literaria y humana.

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odíamos dividir la Elegía en tres momentos: Encuentro con la muerte. Rebelión. Sublimación.

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