N
o fue la aurora. Fue que, de repente,
los pulsos rebosaron de las venas.
Fue que las manos se sintieron llenas
de una callada claridad naciente.

Fue que en el corazón brotó, impaciente,
un desusado pulso de azucenas.
Fue que la sombra se deshizo, apenas,
cuando la luz la desbordó en torrente.

Fue la rosa del sol naciendo, erguida,
como una voz, de pronto, en las montañas.
Fue el cielo, el aire, el cántico, la vida.

No pudo ser el alba silenciosa.
Fue el amor despertando en mis entrañas
como una inmensa mano poderos
a.

Luis López Anglada      

 

















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