i la novia inauguró el Cantar, va a cerrarlo la esposa. Ya no pide a su pareja que la enseñe: sin hacerse la tontita para ser aceptada como mujer, improvisará unas hondas sentencias sobre el amor, de gran calado filosófico.
                  

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Bajo el manzano
8,5

 
 
Describe el Coro a la esposa caminando del brazo de su amor. No viene del desierto escondiéndose en nube de aromas (3,6), ni disfrazada de radiante diosa celeste (6,10). Llegan sencillamente una mujer y un hombre que se quieren y se necesitan, más allá de fiestas coronadas o luminosos sueños (8,5a):


¿Q uién es aquella que sube del desierto
apoyada en su amado?

Recuerda el esposo las primeras caricias a la sombra del árbol de la ternura, cuando ambos se iniciaron en los misterios de la vida (¿será la manzana símbolo del amor por su forma de corazón?). Bajo el manzano, un día la madre de su esposa acariciaba su milagroso vientre. Bajo el manzano, muy pronto un ángel bendecirá otro sembrado vientre. En verdad siempre, siempre, es fecundo el amor (8,5b):


B ajo el manzano te desperté,
allí donde te concibió tu madre,
donde te concibió la que te dio a luz.

 

Permitidme unos versos de Ernestina Champorcin (Semáforo): "Verde y rojo se alternan / y yo hago provisiones de amor y de esperanza." El verde de la hoja y el rojo de la fruta. El rojo de la pasión y el verde menta de una cuna habitada.
Bolsita de mirra sobre sus pechos (1,13), el amante del Cantar perfuma la carne de su esposa. Y ahora es ella la que pide dormirse a orillas de su corazón, como el sello personal –de metal o de ágata, jaspe, cristal de roca o simple terracota– que todo hombre libre se cuelga al pecho, o como anillo o brazalete. Ella habrá de ser su definitiva tarjeta de identidad.

 
 
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