Levita verdiparda, con tintes amarillos.
Histérico feliz.
Equilibrista.
Soplón y presumido. Astuto y charlatán.
Mientras el perro lobo
aguanta su cadena vergonzosa,
torvo y agazapado,
él se mece en las ramas
de una exótica adelfa.
Detrás de los ladrillos franciscanos
bota un balón, y cruje
la carreta de bueyes
con la festiva leña de San Juan.
El loro silba, lelo.
Imita el grave hablar
del fraile americano,
un poco a lo Bing Crosby.
Escucha.
Corta ramas.
Cotillea.
El curvo pico, rápido.
La pata en alto, frívola.
(Las rojas flores lánguidas del patio,
bajo los postes de la luz labriega,
casi sobre las nubes.
Y una papaia grande, enfajada de sol, hecha convite).
...Ya está al otro lado
el Mato Grosso mío.
Y ya estoy con saudades
de estar a ese otro lado, de regreso...
¡Corazón, papagayo impenitente,
equilibrista y loco!

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