Vas cosiendo en la máquina
lentamente el vestido,
los sueños de la hija.
En tus manos se trenzan
el tejido y la luz.
Te miro y voy sintiendo un sobresalto
en la sangre. Te estoy
hablando sin mover
los labios
como si no existieran las palabras.

Es un silencio iluminado
el que escuchamos en nuestras paredes
blancas. La máquina prosigue
pespuntando los sueños,
la esperanza se viste
con un traje de niña.
Apenas una leve
mirada y nos hallamos
igual que el primer día:
Sigue el amor. Nos basta.