Luis Alberto de Cuenca, en su antología de 1999, nos ofrece una honda meditación Sobre el Cantar de los cantares, que iremos bebiendo a pequeños sorbos. Así nos describe una situación de enamoramiento:
 


C
uando leo el Cantar de los cantares
pienso: ¿cómo es posible que la dicha
-simbólica o real o figurada-
tenga que ver con el amor? ¡Qué raro!
Imagino que hay veces en la vida
en que el deseo nubla los sentidos
y apetece fundir dos soledades
en una sola y construir el mundo
desde el principio, como si la historia
no contase y el tiempo y el espacio
no estuviesen ahí.

 Para señalarnos a continuación que un amor como el de la pareja del Cantar es excepcional. Que lo común en el amor es la angustia y la rutina…
 


                                P
ero esas cosas
deben guardarse dentro y no contarlas
a todo el mundo en plan "Bésame, vamos,
qué bella eres, soy la flor silvestre,
paloma mía, no hay en ti defecto,
despierta, corre, ven, dame tus labios,
enferma estoy de amor, llévame al lecho,
levántate" y demás intimidades.
El amor positivo, el que nos guía
hacia arriba y nos salva del infierno,
es siempre una excepción. Si Margarita
logró que Fausto no se condenara,
eso no significa que ya siempre
vaya a ocurrir lo mismo. Margaritas
no abundan. Lo corriente es que el amor
te sepulte en la sima de la angustia
y no que te conduzca al paraíso.
Amor es pesadilla, duro fármaco
que crea dependencia y sufrimiento.

 Concluye Luis Alberto que no es el ingenuo, utópico Cantar de los cantares su libro preferido. Que otras páginas de la Biblia le interesan más:
 


P
or eso de los libros sapienciales
que ennoblecen la Biblia (y añorando
las Biblias de verdad, las que tejieron
los viejos pueblos de Mesopotamia
y que, ay, no han llegado hasta nosotros)
no es el Cantar mi libro favorito.
Me gustan más los Psalmos (con ps)
Job y el Eclesiastés, por ese orden,
libros todos escritos desde el fondo
de una fosa, en el zulo de la vida,
como mandan los cánones humanos.
Será que no soy joven ya, y la muerte
va dibujando abismos a mi espalda,
y Dios no me hace caso, y tú te has ido,
y estoy de mal humor últimamente.

 Se cierra el poema con abiertas heridas de pena y soledad, de abandono. Y se vuelve de nuevo al Cantar, pero escuchando la palabra con distraídas orejas, leyendo versos desde pupilas ausentes:
 


S
erá que cada vez me dice menos
el pensamiento judeocristiano.
No sé lo que será, pero he leído
muy despacio el Cantar; en una nueva
y erudita versión, y su lectura
me ha servido de poco, más o menos
lo mismo que un rumor que no se oye
o una luz que se apaga.

 
         
Cantar de los cantares | Siguiente