El exquisito poeta madrileño Luis Alberto de Cuenca, que nos habla desde la dolorida verdad de su experiencia, coincide en sus reflexiones con el rabino Jonatán que ordenó estos tres grandes libros sapienciales asimilándolos a las etapas de la vida (Cantar de los cantares> Proverbios> Eclesiastés): "Cuando el hombre es joven canta canciones, cuando se vuelve adulto repite sentencias prácticas, cuando se hace viejo habla de la vanidad de las cosas". Se me ocurre una pregunta: ¿es la sexualidad y el erotismo privilegio de jóvenes, la soledad y la amargura (como chepa que aplasta) inevitable peso en los mayores?

Pienso rotundamente que no. Aquella gozosa y turbulenta pasión que encendía los cuerpos jóvenes en aventura de llama y sexo, no se apaga con los años: ralentiza acaso sus altos latidos de hoguera y se descubre rescoldo vivo a la altura sobre todo del corazón. Ahora son las caricias, las palabras, los besos, más que el instinto, quienes protagonizan la danza de los siete velos y las catorce ternuras. El poeta cubano Cintio Vitier oficia, ante los manteles blancos de un poemario, una solemne declaración de amor, de un amor completo, sereno, comprometido, más allá de las primeras canas, de las penúltimas arrugas (A mi esposa)…

 


A
hora que empieza a caer, del cielo de nuestra vida,
que sólo nosotros podemos ver,
profundo, estrellado, carne y alma nuestra,
ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,
ahora que el lápiz finísimo, grabando
una medida sagrada, una cantidad misteriosa
del vino que sube en la jarra de la ofrenda,
empieza a trazar, junto a tus ojos, vivos
como ciervos bebiendo en el agua extasiada,
junto a tus labios que han dicho todas las palabras que adoro,
las huellas del tránsito de nuestra juventud,
ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía
porque estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón
y es algo mucho más terrible y precioso que el amor
que diariamente conocíamos,
ahora, mujer, ahora, destinada mía,
es cuando quiero hacerte un canto de amor, un homenaje,
que dice únicamente así: Te amo, lo mismo
en el día de hoy que en la eternidad,
en el cuerpo que en el alma, y en el alma del cuerpo
y en el cuerpo del alma,
lo mismo en el dolor que en la bienaventuranza,
para siempre.

 

Tenía cerrado el manuscrito, cuando, en un libro sobre el amor y la sexualidad después de los sesenta años, titulado La edad de los sentimientos, al frente de un capítulo sobre La vida de pareja en edad avanzada, me acariciaron la vista los versículos de Cantar 7, 12s que ya conocemos: "Ven, amado mío, salgamos al campo…" Lo que más me ha llamado la atención ha sido la tierna versión del último párrafo, "allí te abriré mi corazón", en lugar del tradicional "allí te entregaré todo mi amor". He cotilleado diez traducciones en nuestro idioma, y celebro, como la más hermosa, la de Ángel González: "¡Allí te regalaré yo mis caricias!" Hagamos balance: mientras el prestigioso psiquiatra Capodieci, en un docto ensayo sobre la sexualidad de los mayores, destaca reverencialmente siete versos del Cantar, en nuestras bodas cristianas y en la pastoral de Tercera Edad se margina este sagrado Libro de amantes que se quieren y cuidan con toda el alma, con todo el corazón, con todo el cuerpo…

                                
              Cantar de los cantares | Siguiente