Sonríe, Silvia,
y que en tu cara brille un aleteo
alegre de invisibles mariposas.
¡Quieta un instante! Deja que se posen
las alas de la luz en esos ojos
que se alzan en un vuelo transparente,
flechas de inteligencia.
Crezca más tu sonrisa
y te eleve a la luz toda la cara
hasta entreabrir tus labios y tu boca.
Luzca
y se despeñe la mañana pura
en la mata inocente de tu pelo.

Así. No crezcas más.
Posa ya para siempre mientras corro
a parar el instante
y, en trance de apresarlo,
disparo mi palabra.
Así. Ya estás. Y ahora
sonríe en mi poema para siempre.

   

                             
               

 

El Nuevo Mester de Clerecía: Jesús Mauleón ! Siguiente