entí
decir ¡Belén! y un inseguro
empuje me arrastró; quedé un momento
sin poder respirar; pálido y lento
volví a palpar el muro, y tras el muro
el
roce de un testuz súbito y duro
me hizo pasmar; después sentí un violento
temblor de carne y labio, el movimiento
gozoso de la gente y un oscuro
miedo
dulce a volver; seguí avanzando
y resbalé en la paja; ya caído
toqué el cuerpo de un niño:
yo quería
pedirle
ver y me encontré mirando,
sintiéndome nacer, recién nacido,
junto al rostro de Dios que sonreía.
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