Asciende el sol hacia su plenitud reveladora
de la piedra y del pájaro,
mientras tú y yo jugamos en el jardín sin sombras,
con las desnudas almas entregadas
a la pura exigencia del instante.

Tu tierna edad y mis cansados años
se igualan, se complacen
juntos en este goce que niega sus distancias,
que nos funde en el grito alegre, en la sonrisa
de la inocencia compartida.

Conozco sin tristeza el declinar del sol hacia el oscuro
dominio de la noche cegadora,
acepto el espejismo de tiempo detenido
en esta suma dicha de que juguemos juntos,
ahora, en el jardín, equiparados
mi ayer y tu mañana,
tú y yo en felicidad inacabable.             
                                                              Vuelven
los diminutos pájaros,
el sosegado vuelo de las hojas,
la costumbre del íntimo jardín
ya con el solo lujo de una rosa
bajo el aire transido de noviembre.

Ildefonso-Manuel Gil

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