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qué
arcángel descuidado encomendaste mi secreto? ¿Quién
fue el guardián olvidadizo que no supo velar su puesto? Por las
almenas estrelladas jugaban los ángeles despiertos y mientras
nadie lo velaba ni me anunciaba su comienzo. Ay, no debiste encomendárselo
tan casi nada, pero injerto ya en el árbol de mis entrañas.
Nada tenía, y ya era cierto como las larvas prodigiosas y
los botones del almendro. Nadie cuidó de su blandura, nadie siguiéralo
en acecho y en un instante de descuido me lo secaron malos vientos,
me lo esparcieron por la sangre y lo aventaron por mi sueño.
Qué malamente vigilado mínimo grano de centeno, echado
al surco de la noche sin cobertura ni aposento.
Como debe gritar la tierra cuando le arrancan los más tiernos
| brotes
de abril, como los gritos de las aves frente al invierno, como todo lo
desvalido que ha perdido cría o sustento alzo la voz y me levanto,
alzo mi grito a Ti, e inquiero: ¿A quién, a quién encomendaste
esa pequeña flor, sin sexo todavía como los ángeles,
sin madurar en el proceso milagroso con que has regido la maravilla
de los cuerpos? Díselo Tú al descuidado, destiérralo
por otros cielos y destitúyelo del cargo y de la estrella en escarmiento.
Me lo releven de la guardia mejores ángeles, aquellos que
velan sin entretenerse lo más frágil, lo más pequeño,
eso que bien pudo haber sido: Un hijo... Un hijo sin regreso.
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