Dios te ve. Y graznaba la palmeta
sobre las leves plumas de mi mano.

Desde su roja nube un Dios Tirano
fraguaba horror. Su Ojo-Bayoneta

 ¡Dios te ve!– me clavaba en su libreta.
Por su lagar mi culpa, grano a grano,
se desangraba en grito. ¡Un Dios-Milano
  
crucificó mis alas de poeta!

           
 

                                       

   Ayer rompí el semáforo del miedo,
   y floreció un vitral casi aceituna.
   Me mirabas, Amor, desde aquel ruedo

   encendido de estrellas. Yo, tu niño,
   me dormía por sábanas de Luna
   a la luz de tus ángeles de guiño.

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