Con el cepillo en alba, las estrellas
de tu cielo se funden, se averían.
Voy barriendo sus últimos cristales,
zodiacal telaraña desprendida.

Cesó tu ola, tu vaivén de espuma
-nardo en polvo-: cicatrizan heridas
de números, esquemas, adjetivos,
que arañaba el balandro de la tiza.

Y tu piel se estremece en la memoria
de la nube que aún nieva y acaricia.
Sueñan aún tus carnes, crecen, mecen
embarazos de luna y leche viva.

Y me asomo a tu hondón. Resuenan ecos:
amo-amas-amare, amor, caricias.
Y gloriosas batallas: fechas. ¡Flechas
al corazón torcaz que agoniza!

¡Despejaré la incógnita! Yo busco,
busco al hombre feliz... Flota ceniza
de palabras que ardieron.
Sé la fórmula
del cobre, del jazmín, de la alegría...

Al dibujar su Nombre –"DIOS"–, tus hojas
temblaban, tu ramaje se encendía.
Órgano en fuga ondea sus encajes.
¡Huele a lavanda, incienso, angelería!

 

Por tus oscuras frondas aún resuena
el trino blanco, sol de mediodía.
La Palabra de Dios cabrioleaba
por tu verdor. Y late todavía.

Tierra. Camino. Origen-fin. Plegaria.
Muerte-resurrección. Pobreza. ¡Prisa!
Y JESÚS como clave de este rompe-
cabezas, rompepechos, que es la vida.

Incendiaron tu voz, pared de barrio
era por junio, aquellas feministas.
No queremos un Dios con barba: pechos,
útero para Dios, ternura, risa.

Al apagarse tu cinemascope,
¡qué frío por el alma, en las pupilas!
Pero ya voy soñando otro capítulo:
Alicia en el país de la Justicia.

Retoñará la nata de tus pétalos,
tu blanca flor de carne y poesía.
En octubre ¡a tejer nuevas guirnaldas
de nenúfares, nardos, utopías!

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