En
las costas australes ha sonado un pequeño estampido. El hielo rompe
sus estatuas y corre un breve arroyo de agua o sangre en la noche. Yo lo siento
porque mi cuarto un poco se ha inundado.
En
las alturas de Asia muere un pájaro contra la libertad del horizonte
herido por los rastros de metralla que recorre la guerra. Lo percibo porque
una pluma cae sobre mi mesa. Llora
por las planicies africanas un niño abandonado con el vientre hinchado
por el hambre que devora su menuda armazón. Yo me doy cuenta porque
lágrimas mojan mis papeles. En
alguna ciudad de Norteamérica un aullido final se ha levantado
desde la silla eléctrica que abraza a un negro y su condena. Yo lo
aprecio por una sacudida de mi lámpara. Nada
se mueve nunca, ni la hoja de un árbol sin la expresa voluntad
del cosmos conmovido y simultáneo y se prolonga en sucesivas ondas
hasta herirnos de pronto en nuestra casa. Leopoldo
de Luis
|