Tras
el balcón cerrado, sin que puedas dejar de ver esas plomizas masas
en este cielo vizcaíno, pasas las horas de neblina y humaredas. No
dora el sol de ayer las alamedas ni da en los miradores de las casas.
Todo es un velo fúnebre de gasas y un palio melancólico de sedas. Pero
¿por qué no ir allá, si ahora el buen otoño de
mis campos dora los racimos del año y, si quisieras, en
los huertos morunos de mis granjas te ofrecería ramos de naranjas
y un sol tras de las bíblicas higueras?
|