E siento aquí, Señor, en el silencio
de estas piedras antiguas, impregnadas
de la oración, las penas, las nostalgias
de tanto siglo y hombre.
Aquí me envuelve tu presencia, dentro.

Y te siento, Señor, también afuera.
No me estorban, me ayudan estos ruidos,
campesinos, de aldea; yunque, esquila,
ruiseñores de junio en los alisios
de la orilla, el torrente, las pisadas
de las yuntas que vuelven del trabajo,
solitario ladrido, insectos, grillos,
la difusa plegaria de la tarde.
Yo te siento, Señor, dentro y afuera
de esta iglesia románica.

                                                 




 

te siento también, Señor, en esa
nave reciente de ladrillos nuevos,
de cemento y de acero sin colores,
en esta iglesia de actual arquitectura
con su audaz sencillez, despojamiento,
como oración humilde o mano abierta,
con sus nuevas imágenes, distintas,
y su estilo, trasunto del hoy vivo.
Y tampoco me estorban esos otros
ruidos del ajetreo ciudadano:
prisa, rueda, disparo reactorio
en el aire agitado que la envuelve,
emanación del vértigo y dinámica
de este vivir moderno que me agota.
Yo te siento, Señor, aquí también.
Tú eres el Dios de ayer el "alfa" antigua,
y el Dios del hoy, el "alfa" siempre aurora
y la "omega" de nunca.


          

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