Escríbeme
a la lucha
 
  
  
E spejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
M ujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

S obre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

C uando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

E scríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo a tu hijo.

N acerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.


E
scuchamos con ternura la utopía del soldado poeta. Con el puño cerrado:
revolucionario, hombre nuevo. Gesto de imprecación (siempre Miguel-de-las- batallas, cuerpo a sangre con la vida).
Victoria y guitarras: una paz justa, rumor de exaltación. A tu puerta dejaré mi violencia de soldado, sin colmillos ni garras: sin garras de fiera –la pistola–, sin colmillos de lobo asesino –el puñal, el machete–.
Lamentación de combatiente sobre ataúdes en acecho. Hogar, dulce hogar... Imposible hogar para un soldado en armas, para un poeta que tira con verso, que apagará sus últimos latidos en una enfermería carcelaria de cristales crucificados.

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