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El
soldado en campaña que leyera estos versos en El Mono Azul a las
pocas semanas de su composición, pensaría en sus propios hijos,
en sus futuros hijos (Para el hijo será la paz que estoy forjando).
El yo lírico de Miguel se ha hecho voz de todos,
a través de una escritura en cultos serventesios, de impecable factura
y altísima calidad estética. Hay ecos de Fray Luis (morena de
altas torres), San Juan de la Cruz (dando saltos de cierva concebida),
Quevedo (te doy vida en la muerte), etc. El poeta Miguel Hernández,
como en Elegía, nos descubre lo mejor de su inspiración en
las situaciones más dramáticas. Sangran de nuevo en un sólo
poema las tres heridas del hombre: nace un niño (vida)
en la guerra (muerte) de la pasión de dos
reciéncasados (amor). Del ay al ay
por el ay... Genialidad
expresiva: si las estrofas del poema interrumpen en cada cuarto verso la medida
alejandrina (7+7), dejando colgado el primer hemistiquio (he llegado hasta
el fondo..., de cierva concebida...), tensionando estilísticamente
al límite el drama del esposo soldado, en las dos últimas estrofas
se completan sorpresivamente las catorce sílabas: recorres un camino
de besos implacables..., una mujer y un hombre gastados por los besos... Su
eterno amor, sus eternos besos vencerán definitivamente a la muerte.
En el Vals de los enamorados y unidos para siempre desarrollará
Miguel este mismo sentimiento oceánico de trascendencia: "aventados
se vieron / como polvo liviano, / aventados se vieron / pero siempre abrazados..."
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