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La belleza
del amado

5,9-13

 
¿Y cómo podrán saber quién es el amado? Demandan sus voluntariosas amigas un retrato robot que les facilite su tarea (5,9):


¡O h tú, la más bella!:
¿qué distingue a tu amado de los otros?
¿Qué distingue a tu amado de los otros,
que así nos conjuras?

La enamorada no lo piensa dos veces, e improvisa un inventario de cualidades más justamente referidas a una estatua egipcia de dios o faraón, solemne y hermosísima, que a un ser vivo, mortal y cercano. Si fue retratada la novia con fervor dionisíaco, barroco, o, si lo preferís, con cándidas imágenes rurales a lo Berceo, ahora el novio es esculpido con perfiles solemnes, lujosos, reposados, cultos, y, al tiempo, humanos y próximos. Pero es mejor oír la fastuosa descripción de la mujer enamorada, que lo representa con aura roja de amanecer y saludables colores (5, 10-13):


M i amado es fresco y sonrosado,
destaca entre millares.

O ro puro es su cabeza.
Sus cabellos, oscuros como el cuervo,
racimos de palmera.

S us ojos, dos palomas
a la vera del agua
que se bañan en leche
posadas junto a un estanque.

S us mejillas, plantel de balsameras,
macizos de plantas aromáticas.

S us labios son jacintos
que destilan mirra fluida.


Me diréis: No vemos por ninguna parte tan solemne, grandiosa descripción. Efectivamente: aunque se inició el inventario señalando cabeza de oro, como el Santuario del Templo, seguidamente las comparaciones son ingenuas, ágiles: cuervo, racimos de palmera, palomas, plantel de balsameras, jacintos, mirra... Nos recuerdan, sin duda, los retratos primaverales de la novia (Cantar 4,1-7): hay olor de plantas aromáticas como en el femenino huerto, palomas en los ojos, color, sabor a dátiles... Sin embargo...



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