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Yo soy para mi amado
6,1-3

 
Si se interesaba el Coro por las cualidades del amado para dar con él, pregunta ahora por los lugares que solía frecuentar (6,1):


¿A dónde se fue tu amado,
bellísima mujer?
¿Adónde se fue tu amado,
para que lo busquemos contigo?

Pero ella, que ya lo disfruta secretamente y no quiere que se lo roben, les facilita sutiles, disfrazados caminos para encontrarlo. Pero nosotros estamos ya en el secreto (6,2):


M i amado bajó a su huerto,
donde se cultivan flores olorosas,
a apacentar su rebaño en los jardines,
a recoger azucenas.

De nuevo se fusionan los dos vidas en abrazo de mutua pertenencia. Si el sentimiento inicial de ella era (2,16): Mi amado es para mí ("lo quiero porque lo necesito"), no puede ahora contener el fuego de su devoción y grita desafiante: Yo soy para mi amado ("lo necesito porque lo quiero"):


Y o soy para mi amado
y mi amado es para mí:
apacienta el rebaño entre azucenas.


Si la noche de los desencuentros de nuestra pareja se cierra con esta renovación de alianza (6,3), la noche oscura del alma en busca del Amado, de tantos buscadores de Dios, alcanzará también la alegría del encuentro. Así cierra Juan de Yepes su poema Noche oscura: "Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado (Noche oscura 8)".

Para ilustrar cómo el amor de dos es parábola y lugar de encuentro del amor de Dios (amor de dos, amor de Dios, reza nuestro refranero), vamos a escuchar un bello soneto de J. M. Valverde (La oración de la noche), en el que una pareja se duerme con la plegaria en los labios. Pero Dios vela su sueño, y palpita por sus corazones enamorados: "Después del día, el ruido, la fatiga, / rezamos un momento, en tanto un velo / de sueño y de ternura nubla el cielo / y anega nuestro amor la noche amiga. // Pero está bien así, que sólo diga / nuestra voz el comienzo. Así el desvelo / de Dios os ve dormidos en su suelo / y con su piel de sombra nos abriga. // Tú déjale venir, subir sin ruido, / crecer de noche –un río que mañana / habrá llegado al pie de la ventana–, / tú déjale fundirnos en olvido, / pero al dormirte, siente cómo mana / y te besa su amor en mi latido" . (Y una madrugada, José María, te nos fuiste a latir, arder, por las entrañas del mismísimo Corazón de Dios.)

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