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Huerto cerrado
4, 12-14
 

El cuerpo todo de la mujer es tierra prometida: por sus cabellos se deslizan cabritillas, saltan gacelas en sus pechos, panal de flores es su boca, y bajo los labios desfilan blanquísimas ovejas. Su vientre, así lo leemos, es monte de la mirra, colina sagrada del incienso. Para Neruda, el cuerpo amado también es geografía de tactos (Pequeña América, en Los versos del Capitán): "Amor, cuando te toco / no sólo han recorrido / mis manos tu delicia, / sino ramas y tierras, frutas y agua, / la primavera que amo, / la luna del desierto, el pecho / de la paloma salvaje, / la suavidad de las piedras gastadas / por las aguas del mar o de los ríos / y la espesura roja / del matorral en donde / la sed y el hambre acechan. / Y así mi patria extensa me recibe, / pequeña America, en tu cuerpo" (4,12):



      
 

 


E res huerto cerrado,
hermana, novia mía,
eres huerto cerrado,
sellada fuente.

En el desierto de la vida (y la experiencia de desierto ha marcado la historia del pueblo judío), la mujer es oasis para el varón, fecundo huerto, viva fuente. Jardín tapiado, sellado manantial para amar a un solo hombre. Con emoción evoca nuestro poeta oriolano (Orillas de tu vientre) la primera noche con su esposa: "Aún me estremece el choque primero de los dos; / cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas, / impulsamos las sábanas a un abril de amapolas, / nos inspiraba el mar" .
Me recuerda mi madre que nací a las alegrías y tristezas de 1935 a los nueve exactos meses de su boda: se abrieron los cerrojos del huerto –como traduce graciosamente Schökel–, y levantó su fruto puntualmente la primera semilla.


U n paraíso de granados, tus brotes,
con frutos exquisitos,
con nardo y azafrán,
clavo de olor y canela,
con arboles de incienso, mirra y áloe,
las más exquisitas esencias.


E
xótico y bello jardín, perfumado con árboles y plantas de aromas exquisitos para el culto, para el amor, para la vida. Existe notable afinidad con antiguos textos amorosos de Egipto. Así este poemita: "Soy tu primera hermana, / soy para ti como un jardín / sembrado de flores, y de toda clase / de hierbas olorosas" . La palabra hermana, referida a la novia, era frecuente en la cultura egipcia. También los poetas de hoy evocan jardines y perfumes por cuerpos de mujer. Jorge Guillén obsequia un ramo de flores a una amiga (Amor a Silvia), y lo acompaña de admirable décima con picardías hacia otro huertecillo de más húmedas fragancias: "Un saludo a la amiga: / las flores contra el tedio. / Tal vez con ellas diga / más que por otro medio /si no fuese palabra. / Tal vez con ellas abra / –flor hay como una llave / de iniciados– la puerta / que da a un jardín, alerta, / jardín de dos, quién sabe" .
Abundaba el granado en Palestina. Sus delicadas flores, de color rojo vivo, son muy aromáticas. Con la vid y la higuera, representaba uno de los tres productos típicos de Canaán, simbolizando la fertilidad por la abundancia de sus sabrosos granos. En ciertas bodas de oriente se aplasta ritualmente una granada: sus rojos huevecillos esparcidos sugieren fecundidad.
En otro hermoso poema del bajo Nilo, nos habla el árbol del granado, en primera persona, pregonando sus bondades: "Mis granos son semejantes a los dientes de la amada, / mis frutos se asemejan a sus senos. / Yo soy el árbol más hermoso del jardín" . Otorguemos a Miguel Hernández la Flor Natural de la Granada (Tu corazón, una naranja helada): "Mi corazón, una febril granada / de agrupado rubor y abierta cera, / que sus tiernos collares te ofreciera / con una obstinación enamorada" .

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