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No
necesita el amante que se lo digan dos veces, y, con orgullo apenas disimulado
(5,1), ardiéndole todos los sentidos, habla y habla golosamente de mi
jardín, mi novia, mi miel, mi vino..., palabras
que ya le habíamos escuchado (4,10s), y nos
recuerdan el compromiso mutuo de total y definitivo amor ("Mi amado es para
mí, y yo soy para mi amado": (2,16). |
V
engo a mi jardín, hermana mía, esposa mía, a recoger
mi mirra con mi bálsamo, a comer de mi miel y mi panal, a beber
de mi vino y de mi leche.
| Llegará
la medianoche y su almohadón de ternura. Pero ahora celebran con sus camaradas
y familiares la fiesta del cordero, del vino y las canciones, del baile y la alegría,
del amor (5,1): |
¡C
omed, amigos, y bebed, embriagaos, queridos!
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La
invitación a beber y emborracharse de estos versos nos trae, sin duda,
a la memoria las maldiciones de Aqiba sobre todos aquellos que canturreaban
el Cantar en las tabernas o lo trataban como canción profana.
Nos evoca, también, las amorosas tonadas medievales que Orff orquestó
con brillantez en su Carmina burana. Los
nuevos esposos necesitan comunicar su dicha: gritar al mundo su infinita ternura.
Jesús también se sumaba a estas fiestas y realizó aquel sorprendente
regalo a los novios de Caná para que no faltase vino, para que no faltase
alegría. | |